martes, 8 de marzo de 2011

Carnaval en Buenos Aires

El día vibra.
De cada cuerpo que pasa percibo el desplazamiento del aire. Los más viejos desplazan menos. Ondas más frías, más largas.
Las de los niños, en cambio, más cortas y nerviosas.
Todas confluyen y golpetean el cordón de la vereda, dibujando la corriente al ritmo del semáforo. Luego se escurren por el asfalto caliente.
Subo y bajo, voy hacia adelante y hacia atrás, cabeceando como una hortensia, con las raíces hundidas en el fango y las hojas empapadas en el vaivén.
El aire embriaga.
Esta ciudad hace honor a su nombre.
Es como vino, para mí, este aire. Inspiro y me embriago. Río por dentro y por fuera. Voy aguzando el oído.

-Trabajaba en un no sé qué de moda, o algo así.
-Eso es lo que sabía.
-Es que con la radio estamos desde la semana pasada.
-Ah! Rebien !

-Sí. Casi nada.
-No. Todo. Es raro.
-Sí. Porque él estuvo muy enamorado de mí. Y era medio raro, todo.
-Claro.

Silencio. Pasa un ángel. Por el cristal asoman fantasmas noctámbulos. Faros de coches, como una cinta sinfín, se meten en la nevera de los flanes y una bolsa de plástico circula por el escaparate y choca con el teléfono público.

-Parecido al blackberry, pero más barato.
-Unos 600 pesos te cobra Claro.
-Ja, ja! Ya lo vi !

Las voces apagadas se meten en el lateral fileteado de un colectivo blanco. Los pasajeros se giran todos al unísono y miran para abajo. Les sorprende, una  hortensia cabeceando en plena Avenida Santa Fe.
Tomo el último trago. Sacudo unas miguitas del cuaderno. El camarero pasa un trapo por la mesa vecina. Los ventiladores de techo hace rato que están quietos. Una puerta chirría. Empujo la silla. Me aparto un pétalo de la cara, miro la hora de España en mi muñeca y sin darme cuenta, echo las raíces a andar.


(FOTO & TEXT: Petra Steinmeyer)

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